martes, 16 de julio de 2013

CRÓNICAS DE VIAJE AL COLCA

Se presentó el que sería nuestro guía estos dos días, Marcelo y nos subimos en una furgoneta con turistas franceses, belgas, peruanos… y pusimos rumbo a Chivay haciendo alguna por el camino para ir acostumbrándonos a la altura.

A casi 5.000 metros sobre el nivel del mar, la altura se deja sentir
Llamas, alpacas, guanacos y vicuñas, son los camélidos domesticados y salvajes que habitan estos parajes

De momento, todos nos encontrábamos bien, aún así, tomamos caramelos y mate de coca cuando teníamos la oportunidad.
Antes de llegar a Chivay hay que pagar una tasa de entrada al Cañón de Colca, que hace unos pocos meses la han subido a 70 s/. para turistas extranjeros, todo un abuso.


Era alrededor del mediodía cuando llegábamos a este pequeño pueblo que está a 3.700 metros de altitud y es lugar de pernoctación para los visitantes del Colca. Aquí se produce el segundo incidente con Marcelo, cuando nos paró en un hotel restaurante y nos dijo que comiéramos allí. Nosotros que no nos gustan ni las imposiciones ni los menús turísticos nos marchamos calle arriba, cuando él y el responsable del restaurante nos siguieron y nos dijeron que comiéramos allí, que alrededor no había nada, que teníamos las mochilas en la furgoneta… además nos rebajaron el precio del menú y no muy conformes dimos la vuelta y nos sentamos a comer allí, una comida bastante insulsa.
Cuando terminamos, Marcelo nos dijo que cogiéramos las mochilas del transporte porque nuestro hotel estaba a la vuelta de la esquina: -Vamos hombre!!! - las palabras que salieron de nuestra boca no fueron estas exactamente, pero me tengo que autocensurar - ¿¿¿Nos obligas a comer aquí y ahora nos dejas en el hotel que está a 1 minuto???
Marcelo se ofendió y cogió las mochilas bruscamente, le intentamos explicar que nos podía haber dejado en el hotel y ya nosotros nos habríamos buscado la vida para comer ya que habíamos mostrado explícitamente que no queríamos comer allí. Mal que bien volvimos a un tono educado y nos explicó que por la tarde si queríamos (recalcaba lo de “si queríamos” con retintín) podíamos ir a unas termas y que por la noche si queríamos podíamos ir a un espectáculo folklórico con cena. Bueno, pues era lo que nos faltaba por oír, ¿encima con chulería? Le dimos las gracias y mañana nos veríamos.
Y así comenzábamos nuestra tarde en el pequeño pueblecito de Chivay, que dedicaríamos a pasear y a acostumbrarnos a la altitud. Nos acomodamos en Los Portales donde habíamos solicitado habitaciones con calefacción que resultaron ser estufas, nos echamos una siestecita y al atardecer nos fuimos a ver unas chulpas que hay a las afueras del pueblo, para caminar un poquito por la zona.


Atardecer en el Colca

Ya de noche, dimos un paseo por la animada calle comercial y por el mercado que ya cerraba y nos tomamos en la plaza unas pizzas, muy ricas por cierto, para cenar, esta noche sin alcohol que no está recomendado en altitud.
Antes de retirarnos a descansar, llamamos al Hotel El Manzano de Puno para reservar las habitaciones del día siguiente, les enviamos un mail y ahora sí, nos dispusimos a dormir aplastados bajo las pesadas mantas de Los Portales.

DÍA 6: EL VUELO DEL CÓNDOR

Ese día tocaba madrugar, pues teníamos que llegar a la Cruz del Cóndor, hasta donde hay un trecho (y aun no lo sabíamos pero más largo sería el regreso).
Desayunamos bien en el hotel y a las 6:20 nuestro amigo Marcelo nos pasa a buscar. Hacía bastante frío.
En el camino pasamos por varios pueblos donde no nos detuvimos: Yanke, Alhoma, Maca… nos gustaría haber parado, pero mira, no hubo suerte. Eso sí, el paisaje, que no dependía de la agencia por suerte para nosotros, cada vez se hacía más y más impresionante y así, por un camino ascendente y accidentado llegamos a las LAGUNAS MISTERIOSAS,  con vistas a las terrazas y las lagunas que según se cuenta de ellas cambian de color según la hora.

Las Lagunas Misteriosas
Paisajes del Colca

Y aquí fue nuestro fin de trayecto… y el tercer incidente del tour al Colca: nuestra furgoneta se murió y ahí nos quedamos los 12 ó 14 pasajeros con caras de sorpresa, de angustia y de cabreo. Concretamente, yo en ese momento me angustié, me daba todo igual, solo quería llegar a la Cruz del Cóndor y poder ver el vuelo de las majestuosas aves, que era para lo que estábamos allí, para lo que habíamos viajado desde España y sólo teníamos ese día para hacerlo.
Afortunadamente, estábamos en un mirador y pronto paró un autobús de alemanes. Marcelo pidió el favor de que nos dejaran subir a los que cupiéramos y le tenemos que agradecer, que al ser un grupo de seis insistió en que subiéramos los primeros. Prácticamente pudimos acceder todos y así, en un autobús de lujo, por fin llegamos a la Cruz del Cóndor.
Elegimos para empezar el mirador de más abajo y aun no llevábamos ni cinco minutos cuando un joven cóndor hizo su aparición, giró la cabeza durante su vuelo y nos miró directamente a la cara. Fue un momento de gran emoción, habíamos cumplido nuestro fin. Al poco rato, comenzamos a ver más y más cóndores, bailando con las corrientes de aire caliente que los hacen ascender y descender, planeando suavemente con el majestuoso cañón de Colca como telón de fondo. Nos quedamos hipnotizados viéndolos planear, ligeros como el propio viento, silenciosos y transmitiendo una gran paz.




Cuando despertamos de este sueño decidimos subir al mirador principal que hay en lo alto, aunque ya nos dábamos por satisfechos con el espectáculo. Aquí las vistas aun son mejores y de nuevo las gigantescas aves comenzaron su magnífico vuelo, deslizándose sobre nuestras cabezas o pasando cerca de nuestros pies. Ya no eran 4 ó 5 ejemplares sino 8 y 9, en un momento dado contamos hasta 12 volando simultáneamente, recortando las montañas, haciéndonos burla desde lo alto.

La Fuerza Aérea del Perú

Y nosotros no podíamos dejar de mirarlos, todo el mundo estábamos en silencio, respetando su momento hasta que un joven se vino a posar a un par de metros de donde estábamos sentados, ahí nadie pudo evitar soltar una exclamación de asombro. Y ahí se quedó acicalándose el plumaje y mirándonos con indiferencia. No pudimos pedir más, nuestra experiencia fue completa.


Habíamos quedado en encontrarnos por allí con Marcelo, lo vimos pero aun tardamos un rato en salir, lo que aprovechamos para comernos un sándwich que nos prepara una señora del lugar.


El guía había localizado un transporte para llevarnos hasta Chivay, este transporte era el autobús que hace el servicio regular y al que subió un montón de gente, iba atestado de turistas y lugareños y no todos pudimos encontrar asiento, así que algunos de nosotros viajaron de pie casi todo el trayecto. Bajar en este autobús, por caminos rodeados de precipicios, repleto de gente que se me sentaban en el brazo porque se cansaban, con un calor asfixiante, con todos los forros polares puestos y las ventanas cerradas a cal y canto… no fue un viaje cómodo, no nos vamos a engañar.
A mitad de viaje, el chico que cobraba los billetes nos los pidió y uno a uno lo fuimos mandando a hablar con el Sr. Marcelo, al final el pobre ya se contestaba el solo – El Sr. Marcelo, ¿no? – nos decía si nos veía que comenzábamos a señalar hacia atrás.
Se mi hizo el rato eterno a pesar de que no duraría más de dos horas, aunque lo pasé charlando con mi compañero de viaje, un francés que viajaba con su esposa y su hijo y que nos los iríamos encontrando días después en diferentes ciudades y lugares.
Por fin llegaríamos a Chivay  y de allí a comer a Los Portales, esta vez no protestamos y nos quedamos allí conformados. El buffet era un poco más completo que el del día anterior y de mejor calidad.
Después de comer, fuimos un ratito al mercado haciendo tiempo hasta que saliera nuestra furgoneta hasta Puno desde la oficina de Turismo Sillustani, al lado de la Plaza de Armas, donde había mucho ambiente y gente vestida a la manera tradicional de la zona.

 

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