¿Fue Arequipa el caudillo colectivo del
país? ¿Fue en verdad revolucionaria? ¿Por qué razones lucharon? Son algunas
interrogantes que nos plantea el carácter telúrico de los arequipeños, pero
también la leyenda romántica de Arequipa.
Escrito por Mario Rommel Arce Espinoza
Arequipa acaba de cumplir 468 años de fundación española, desde que
Garcí Manuel de Carvajal el 15 de agosto de 1540, funda la Villa Hermosa de
Arequipa en la actual Plaza Mayor de la ciudad.
Sin embargo, al respecto vale la pena hacer un ejercicio de
interpretación histórica para entender mejor el significado de lo arequipeño,
que en principio denota exclusividad. ¿Qué es entonces lo arequipeño? Las
costumbres y tradiciones propias de Arequipa. Por el contrario, no es
arequipeño lo foráneo. Esto quiere decir que el sentido de lo arequipeño
tendría una connotación excluyente que no comprende a los inmigrantes que
fueron llegando sucesivamente a la ciudad.
Pero lo arequipeño desde cuándo existe. ¿Es acaso un fenómeno reciente,
que responde a un exacerbado sentido de pertenencia regional? Así es. Arequipa
se reinventa a sí misma y comienza a construir la imagen de leyenda que hoy
conocemos.
En la República cobra un protagonismo que no alcanza en el periodo
colonial, donde fue leal a la corona española. La reacción al título de
“fidelísima” fue ese acendrado fervor republicano de los primeros años de vida
independiente.
Un icono que simboliza el espíritu contestatario que se atribuye a los
arequipeños fue, sin duda, Mariano Melgar.
Su figura restablecida en este periodo, será en el ideario popular un
símbolo de lucha contra la opresión. A partir de entonces nace la idea del
caudillo colectivo de Arequipa.
El Deán Valdivia comienza su historia de las revoluciones de Arequipa
en 1834, con el pronunciamiento del general Nieto contra el golpe militar de
ese año, ocurrido en Lima. Surge así la leyenda de la ciudad caudillo, que en
aquella oportunidad se constituye en defensora de la legalidad.
Se aprecia así que la bandera de lucha de los arequipeños fue la
defensa del orden legal. Se asocia esta idea, también, con la defensa de la
Constitución.
La Constitución se convierte en un texto redentor de los problemas del
país. Y no era extraño que fuera así. En ella, por primera vez, se reconocen
los derechos de la persona. Sobre todo los proclamados por la Independencia
Norteamérica y la Revolución Francesa.
El cambio de súbdito a ciudadano pasa por el reconocimiento de una
serie de derechos, que ahora está en aptitud de poder ejercer, sin más
limitaciones que ley misma. Esa nueva condición otorga a los ciudadanos una
participación más activa en el proceso político del país. Ahora la protesta,
como una nueva práctica política, excita las pasiones de los caudillos locales,
pero también mantiene inestable el régimen político.
Recordemos que hasta antes de proclamarse la independencia, el peruano
era súbdito del sistema colonial. Con la República, surge el ciudadano y la
opinión pública se convierte en un mecanismo de protesta para defender la
libertad.
La patria nace con las nuevas nacionalidades y se identifica con el
lugar donde se ha nacido. Hay un sentimiento de pertenencia,
Es recurrente entre los caudillos militares de la época invocar los
sagrados intereses de la patria para justificar un movimiento popular. En esa
línea, el caudillo asume un carácter redentor de los males del país, que
intenta poner orden y revertir la situación anómala existente. Pero, al mismo
tiempo, se advierte una situación contradictoria. Se busca restablecer la
legalidad, aunque a través de la rebelión.
Pero fue realmente revoluciones, o de qué estamos hablando. Creo que el
término revolución que acuñó el Deán Valdivia en sus memorias, para referirse a
los movimientos populares ocurridos en Arequipa en el siglo XIX, fue una
expresión hiperbólica del autor, que en mi opinión quiso reforzar la leyenda
revolucionaria de Arequipa.
Fueron en realidad rebeliones, movimientos populares de protesta, pero
que nunca se plantearon la posibilidad de cambiar el sistema vigente. Se
trataron más bien de facciones en pugna, que representaron diversos intereses y
formas de concebir el sistema republicano.
Cuando redoblaban las campanas de la Catedral, los artesanos salían a
las calles a preguntarse por quién peleamos. Lo que significa que lo hacían por
caudillos locales y los ideales de lucha que estos representaban.
Basta mencionar el libro “Las Revoluciones de Arequipa” del
Deán Juan Gualberto Valdivia. En él su autor refiere las hazañas del pueblo arequipeño:
defendiendo la legalidad, como en la revolución de 1834; reaccionando ante la
amenaza de la implantación de la tolerancia de cultos, como en las revoluciones
de 1856 y 1867, o apoyando las causas nacionales, como en las revoluciones de
1854, 1865 y 1868.
Por ejemplo, en Arequipa, ante la amenaza de la implantación
de la tolerancia de cultos, los vecinos de la ciudad emiten un acta de
protesta, con más de 10 mil firmas en la cual alertaban al gobierno sobre la
protección del catolicismo que se merecía cuidar en la Convención.
Arequipa se negó a jurar la Constitución de 1856, y dando
vivas a Jesucristo se sublevó con el general Vivanco a la cabeza. ¿Cómo
entender esta postura de los sublevados? De hecho el argumento religioso
presidió el marco del levantamiento pero, como dice Fernando Armas Asín, fue un
conjunto de elementos los que se juntaron para esto: el centralismo limeño, su
excesivo protagonismo, los ataques a la religión, y en general el carácter
profundamente antiliberal que unía a los elementos sublevados.
En esa línea, la Constitución de 1867 no
llegó a ser jurada en Arequipa, pues fue quemada públicamente en la ciudad
conservadora y rebelde.
Caso especial reviste la relación entre Vivanco y Arequipa.
Por años la ciudad caudillo confío su liderazgo en el general Manuel Ignacio de
Vivanco, que no era precisamente arequipeño. La fidelidad hacia él se explica
en que supo interpretar los intereses de los arequipeños, desde la época en que
fue prefecto del departamento. Y aunque antes luchó en contra de la
Confederación Perú - Boliviana, siendo prefecto "restauró varias políticas
fiscales de esta última que habían beneficiado a Arequipa". (CHAMBERS,
Sarah). Se ganó así la adhesión del pueblo arequipeño, que desde entonces habrá
de seguirlo en todas sus aventuras revolucionarias.
Fue con motivo de la dación de la Constitución de 1856, que
el pueblo de Arequipa confió a Vivanco el liderazgo de la revolución que ella
dio inicio.
Las adhesiones a la causa erigida en Arequipa no se hicieron
esperar, y así se identificaron con este movimiento la provincia de Moquegua,
uno de cuyos distritos, Puquina, en acta que se insertó en el periódico oficial
rotulado "El Regenerador" y que se publicó en nuestra ciudad, lamentó
que Castilla haya secundado las medidas impías adoptadas por la Convención
Nacional a través de la Carta del 56, así mismo, la villa de Huanta (ubicada en
el actual departamento de Ayacucho) hizo lo propio al considerar a esa
Constitución como contraria a los intereses de la mayoría de la República.
Si en el siglo XIX Arequipa luchó defendiendo la legalidad,
en el siglo XX la bandera de lucha fue la democracia. Esta vez alentada por los
nuevos partidos políticos de inspiración social – cristiana.
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