viernes, 8 de marzo de 2013

Arequipa: ¿valiente y combativa?




¿Fue Arequipa el caudillo colectivo del país? ¿Fue en verdad revolucionaria? ¿Por qué razones lucharon? Son algunas interrogantes que nos plantea el carácter telúrico de los arequipeños, pero también la leyenda romántica de Arequipa.


Escrito por Mario Rommel Arce Espinoza

Arequipa acaba de cumplir 468 años de fundación española, desde que Garcí Manuel de Carvajal el 15 de agosto de 1540, funda la Villa Hermosa de Arequipa en la actual Plaza Mayor de la ciudad.
Sin embargo, al respecto vale la pena hacer un ejercicio de interpretación histórica para entender mejor el significado de lo arequipeño, que en principio denota exclusividad. ¿Qué es entonces lo arequipeño? Las costumbres y tradiciones propias de Arequipa. Por el contrario, no es arequipeño lo foráneo. Esto quiere decir que el sentido de lo arequipeño tendría una connotación excluyente que no comprende a los inmigrantes que fueron llegando sucesivamente a la ciudad.
Pero lo arequipeño desde cuándo existe. ¿Es acaso un fenómeno reciente, que responde a un exacerbado sentido de pertenencia regional? Así es. Arequipa se reinventa a sí misma y comienza a construir la imagen de leyenda que hoy conocemos.
En la República cobra un protagonismo que no alcanza en el periodo colonial, donde fue leal a la corona española. La reacción al título de “fidelísima” fue ese acendrado fervor republicano de los primeros años de vida independiente.
Un icono que simboliza el espíritu contestatario que se atribuye a los arequipeños fue, sin duda, Mariano Melgar.  Su figura restablecida en este periodo, será en el ideario popular un símbolo de lucha contra la opresión. A partir de entonces nace la idea del caudillo colectivo de Arequipa.
El Deán Valdivia comienza su historia de las revoluciones de Arequipa en 1834, con el pronunciamiento del general Nieto contra el golpe militar de ese año, ocurrido en Lima. Surge así la leyenda de la ciudad caudillo, que en aquella oportunidad se constituye en defensora de la legalidad.
Se aprecia así que la bandera de lucha de los arequipeños fue la defensa del orden legal. Se asocia esta idea, también, con la defensa de la Constitución.
La Constitución se convierte en un texto redentor de los problemas del país. Y no era extraño que fuera así. En ella, por primera vez, se reconocen los derechos de la persona. Sobre todo los proclamados por la Independencia Norteamérica y la Revolución Francesa.
El cambio de súbdito a ciudadano pasa por el reconocimiento de una serie de derechos, que ahora está en aptitud de poder ejercer, sin más limitaciones que ley misma. Esa nueva condición otorga a los ciudadanos una participación más activa en el proceso político del país. Ahora la protesta, como una nueva práctica política, excita las pasiones de los caudillos locales, pero también mantiene inestable el régimen político.
Recordemos que hasta antes de proclamarse la independencia, el peruano era súbdito del sistema colonial. Con la República, surge el ciudadano y la opinión pública se convierte en un mecanismo de protesta para defender la libertad.
La patria nace con las nuevas nacionalidades y se identifica con el lugar donde se ha nacido. Hay un sentimiento de pertenencia,
Es recurrente entre los caudillos militares de la época invocar los sagrados intereses de la patria para justificar un movimiento popular. En esa línea, el caudillo asume un carácter redentor de los males del país, que intenta poner orden y revertir la situación anómala existente. Pero, al mismo tiempo, se advierte una situación contradictoria. Se busca restablecer la legalidad, aunque a través de la rebelión.
Pero fue realmente revoluciones, o de qué estamos hablando. Creo que el término revolución que acuñó el Deán Valdivia en sus memorias, para referirse a los movimientos populares ocurridos en Arequipa en el siglo XIX, fue una expresión hiperbólica del autor, que en mi opinión quiso reforzar la leyenda revolucionaria de Arequipa.
Fueron en realidad rebeliones, movimientos populares de protesta, pero que nunca se plantearon la posibilidad de cambiar el sistema vigente. Se trataron más bien de facciones en pugna, que representaron diversos intereses y formas de concebir el sistema republicano.
Cuando redoblaban las campanas de la Catedral, los artesanos salían a las calles a preguntarse por quién peleamos. Lo que significa que lo hacían por caudillos locales y los ideales de lucha que estos representaban.
Basta mencionar el libro “Las Revoluciones de Arequipa” del Deán Juan Gualberto Valdivia. En él su autor refiere las hazañas del pueblo arequipeño: defendiendo la legalidad, como en la revolución de 1834; reaccionando ante la amenaza de la implantación de la tolerancia de cultos, como en las revoluciones de 1856 y 1867, o apoyando las causas nacionales, como en las revoluciones de 1854, 1865 y 1868.
Por ejemplo, en Arequipa, ante la amenaza de la implantación de la tolerancia de cultos, los vecinos de la ciudad emiten un acta de protesta, con más de 10 mil firmas en la cual alertaban al gobierno sobre la protección del catolicismo que se merecía cuidar en la Convención.
Arequipa se negó a jurar la Constitución de 1856, y dando vivas a Jesucristo se sublevó con el general Vivanco a la cabeza. ¿Cómo entender esta postura de los sublevados? De hecho el argumento religioso presidió el marco del levantamiento pero, como dice Fernando Armas Asín, fue un conjunto de elementos los que se juntaron para esto: el centralismo limeño, su excesivo protagonismo, los ataques a la religión, y en general el carácter profundamente antiliberal que unía a los elementos sublevados.
En esa línea, la Constitución de 1867 no llegó a ser jurada en Arequipa, pues fue quemada públicamente en la ciudad conservadora y rebelde.
Caso especial reviste la relación entre Vivanco y Arequipa. Por años la ciudad caudillo confío su liderazgo en el general Manuel Ignacio de Vivanco, que no era precisamente arequipeño. La fidelidad hacia él se explica en que supo interpretar los intereses de los arequipeños, desde la época en que fue prefecto del departamento. Y aunque antes luchó en contra de la Confederación Perú - Boliviana, siendo prefecto "restauró varias políticas fiscales de esta última que habían beneficiado a Arequipa". (CHAMBERS, Sarah). Se ganó así la adhesión del pueblo arequipeño, que desde entonces habrá de seguirlo en todas sus aventuras revolucionarias.
Fue con motivo de la dación de la Constitución de 1856, que el pueblo de Arequipa confió a Vivanco el liderazgo de la revolución que ella dio inicio.
Las adhesiones a la causa erigida en Arequipa no se hicieron esperar, y así se identificaron con este movimiento la provincia de Moquegua, uno de cuyos distritos, Puquina, en acta que se insertó en el periódico oficial rotulado "El Regenerador" y que se publicó en nuestra ciudad, lamentó que Castilla haya secundado las medidas impías adoptadas por la Convención Nacional a través de la Carta del 56, así mismo, la villa de Huanta (ubicada en el actual departamento de Ayacucho) hizo lo propio al considerar a esa Constitución como contraria a los intereses de la mayoría de la República.
Si en el siglo XIX Arequipa luchó defendiendo la legalidad, en el siglo XX la bandera de lucha fue la democracia. Esta vez alentada por los nuevos partidos políticos de inspiración social – cristiana.

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