La
casa natal del jurista José Luis Bustamante y Rivero y el edificio de la Fábrica
de Chocolates La Ibérica, una de las marcas más representativas de Arequipa,
son dos lugares emblemáticos de la calle que hoy nos ocupa. La existencia de un
oratorio en aquel lugar dedicado al patrono San José habría dado origen al
nombre de la calle.
Por: Mario Rommel Arce Espinoza
En la casa ubicada en la esquina de las calles
San José y Jerusalén nació José Luis Bustamante y Rivero, presidente del Perú
en el periodo 1945 – 1948.
Son escasos los testimonios sobre sus primeros
años de infancia. Estudió en el Colegio San José que por entonces quedaba en la
calle Santa Marta, muy cerca de su casa. Fue el primer alumno de su clase, y
también en la Universidad de San Agustín se distinguió por su dedicación al
estudio. Él mismo lo reconoció, cuando muchos años después, en la recepción que
organizó su Alma Mater, con motivo de su visita a la ciudad de Arequipa, como
presidente constitucional, recordó a sus maestros y a las enseñanzas que
recibió de éstos, durante el tiempo que estudió para abogado. En ese discurso
que pronunció en el Salón General de la Universidad, en la calle San Agustín,
no solo evocó su etapa de estudiante universitario, sino también la época en
que fue catedrático en la Facultad de Derecho. Según propia confesión, su mayor
mérito fue por entonces haber renunciado ante la intervención de la Universidad
en 1928, cuando el gobierno de Leguía aprobó un nuevo estatuto universitario,
con el pretexto de realizar la llamada reforma universitaria en el país.
La cantidad de sensaciones que experimentó
apenas pisó el claustro agustino, hicieron remover sus recuerdos. A propósito
de lo cual, dijo lo siguiente: “También he rememorado las luchas del maestro.
Porque en esa época había lucha”. Frente al atropello de la autonomía
universitaria, renunció con otros maestros. “Salimos de la Universidad con la
bandera en alto (siguió diciendo); y no volvimos a ella sino cuando hubo
recuperado su autonomía”.
El escenario en que Bustamante comparte sus
recuerdos fue el Salón General de San Agustín, en la calle del mismo nombre.
Muy cerca estaba la casa de su esposa, María Jesús Rivera, en la calle Puente Bolognesi
con Sucre, donde vivió algún tiempo. Por esos años, fue abogado litigante con
estudio abierto en la segunda cuadra de la calle San Francisco. Su paso por la
política lo llevó a ocupar la secretaría de asuntos políticos, durante el
gobierno transitorio de Sánchez Cerro en Arequipa, el mismo que derrocó a
Leguía en 1930, y cuyo manifiesto revolucionario fue atribuido a Bustamante. Al
poco tiempo será nombrado ministro de Justicia, por un corto periodo, ya que
renunció por estar en desacuerdo con la postulación de Sánchez Cerro a la
presidencia del país sin antes dejar el mando supremo.
Vuelve a la actividad académica en Arequipa y al
ejercicio de su profesión de abogado. Un sonado caso ocupa entonces la atención
de la ciudad. Se trató de la huelga de los trabajadores del ferrocarril del
sur. Por varios días la ciudad estuvo paralizada. Bustamante defendió a los
trabajadores contra la Peruvian Corporation. Fue entonces calificado de
peligroso comunista. Sin embargo, la justicia de su causa triunfó al final,
luego de vencer muchas dificultades legales que intentaron frustrar el
arbitraje favorable para los trabajadores.
La diplomacia fue el siguiente paso en su
ascendente carrera profesional. Nadie que lo conociera podía dejar de reconocer
que tenía los méritos suficientes para ocupar ese y otros cargos importantes en
el país. Acaso no era él, el niño que cursó con honores sus estudios escolares
y universitarios. Un amigo suyo, Luis E. Valcárcel, muchos años después,
recordará en sus memorias que lo conoció en el Cusco, cuando Bustamante viajó
para matricularse en la Universidad San Antonio Abad, y así completar sus
estudios de letras, ante la imposibilidad de hacerlo en San Agustín. “Fue un
alumno brillante (en opinión de Valcárcel), sumamente inteligente y apasionado
por la literatura, actividad en la que llegó a hacerse conocido, pues ‘El
Comercio’ del Cusco publicó varios poemas suyos”.
Es cierto. Bustamante fue poeta en su juventud y
un apasionado por el correcto uso del lenguaje. En ese sentido, fue muy
puntilloso, hasta el punto de corregir una sola palabra de un escrito. Todo
esto refleja una personalidad muy cuidadosa de los detalles y las formas. A
diferencia de otros gobernantes que tuvieron quien les escriba sus discursos,
él no necesitó de eso, se ocupó personalmente de redactarlos con su
característico estilo, sobrio y elegante.
Su elección presidencial en 1945, le dio a su
figura proyección nacional. Ocurrió entonces un hecho raro en la política
peruana. Por primera vez, un gobernante se negó a establecer pactos y alianzas
políticas. “Yo no recibo tránsfugas”, habría dicho cuando le propusieron
organizar una mayoría propia en el Congreso. “Fue un error político”, dirá
Jorge Basadre. Lo cierto era que Bustamante quiso ser principista en un país
acostumbrado a la mentira y al engaño. Soñó con un régimen democrático; pero no
contó con el cálculo político. Nada podía hacer pensar que actuara de otro
modo. Siempre fue un escrupuloso defensor de la ley. No actuó en función a
intereses de partido. Tampoco con la intención de perpetuarse en el mando. Pero
se equivocó. Su error, si cabe llamarlo así, fue no seguir el modus vivendi de
la política nacional. Quienes lo llevaron al poder, tal vez pensaron que
Bustamante era una figura manipulable, a quien podían manejar a su antojo. Pero
no fue así. Su trayectoria personal lo acredita como un hombre de principios.
La falta de carácter
con que se acusó a Bustamante, no fue verdad, ya que se confunde su respeto a
la ley con debilidad. Nada más alejado de la realidad. Bustamante se propuso
sostener su gobierno a través del cumplimiento de la ley y no por medio de la
persecución política.
Recordemos con
Bustamante cogobernó el partido aprista peruano, sobre todo en el manejo
económico del país. El fin de la segunda
guerra mundial reduce el auge de las exportaciones peruanas y, como
consecuencia de ello, vuelve a plantearse la necesidad de promover un
industrialismo nacional. Su gobierno de tres años de lucha por la democracia,
orienta su política a promover las actividades industriales en el país. Pero
también a implementar, como política económica, el control de cambios, el
control de precios y la reducción de las importaciones.
Esta política
económica responde a la conducción aprista del manejo económico del país, en
aquella oportunidad. Lo que trajo consigo una aguda crisis económica. El
desabastecimiento, el contrabando, las colas para adquirir productos de primera
necesidad, fueron el resultado de un manejo económico que hoy podríamos juzgar
de irresponsable, pero que en atención a la realidad del momento, obedecía a la
necesidad de paliar los efectos económicos de la crisis de posguerra, y sobre
todo al deseo de implementar el industrialismo por la sustitución de
importaciones.
La respuesta al
modelo económico fue el golpe militar de octubre de 1948. El nuevo régimen del
general Manuel Odría puso fin a los controles de cambios y precios,
estableciéndose el libre mercado y el libre comercio.
El estilo de
Bustamante no fue finalmente comprendido. Parecía ajeno a su propio país,
acostumbrado a no respetar la ley, y, además, dividido por su propia historia.
A Bustamante no se
ocultaron estos hechos, antes bien, habían merecido ser tratados por él en su
trabajo sobre "Las clases sociales en el Perú", que denota esa
preocupación suya por encarar los problemas de la realidad nacional.
Sus rivales políticos
lo criticaron de ser un teórico, que vivía ajeno a la realidad del país. Tal
afirmación se desmiente por si sola analizando sus textos. De ellos fluye ese
conocimiento de la compleja realidad peruana, que no solo brindan el estudio y
la meditación, sino también la propia experiencia personal.
¿Fue ingenuo por
dejarse arrebatar el poder? Bustamante no llegó a Palacio de Gobierno para
coronar una corta pero fructífera carrera política. Quiso servir al país con
honestidad y limpieza de intenciones. Cosa rara en nuestro país, donde el
oportunismo y el arribismo es moneda corriente.
Como vemos, quizás sea
su actuación política la etapa más polémica de su carrera. Sin embargo, por sus
conocimientos estaba llamado a trascender más allá de la historia de su país al
ámbito internacional, como magistrado de La Haya.
Es decir, que
Bustamante no se ahogó en los mezquinos intereses partidarios y localistas,
sino que siguió avanzando en su magisterio de vida, aceptando nuevos retos,
siempre adornado de las virtudes que lo caracterizaron: caballerosidad y don de
gentes.
Ese era Bustamante y
Rivero, la expresión más genuina del patricio, del patriarca de la democracia
peruana.
Hasta la hora postrera
de su vida, Bustamante fue la voz que alentó a seguir apoyando la democracia.
Y pensar que este peruano ilustre a nivel
nacional e internacional nació en la calle San José, en el cercado de Arequipa.
Ahora, cuando pasemos por allí seguramente recordaremos que en ese lugar creció
uno de los últimos patricios de la inestable democracia peruana.
FUENTES:
Mario Rommel ARCE ESPINOZA. “Libro Homenaje a
José Luis Bustamante y Rivero”. Fondo Editorial del Colegio de Abogados de
Arequipa, 2005.
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