viernes, 8 de marzo de 2013

Historia de las calles de Arequipa: Calle San José





La casa natal del jurista José Luis Bustamante y Rivero y el edificio de la Fábrica de Chocolates La Ibérica, una de las marcas más representativas de Arequipa, son dos lugares emblemáticos de la calle que hoy nos ocupa. La existencia de un oratorio en aquel lugar dedicado al patrono San José habría dado origen al nombre de la calle.

Por: Mario Rommel Arce Espinoza

En la casa ubicada en la esquina de las calles San José y Jerusalén nació José Luis Bustamante y Rivero, presidente del Perú en el periodo 1945 – 1948.
Son escasos los testimonios sobre sus primeros años de infancia. Estudió en el Colegio San José que por entonces quedaba en la calle Santa Marta, muy cerca de su casa. Fue el primer alumno de su clase, y también en la Universidad de San Agustín se distinguió por su dedicación al estudio. Él mismo lo reconoció, cuando muchos años después, en la recepción que organizó su Alma Mater, con motivo de su visita a la ciudad de Arequipa, como presidente constitucional, recordó a sus maestros y a las enseñanzas que recibió de éstos, durante el tiempo que estudió para abogado. En ese discurso que pronunció en el Salón General de la Universidad, en la calle San Agustín, no solo evocó su etapa de estudiante universitario, sino también la época en que fue catedrático en la Facultad de Derecho. Según propia confesión, su mayor mérito fue por entonces haber renunciado ante la intervención de la Universidad en 1928, cuando el gobierno de Leguía aprobó un nuevo estatuto universitario, con el pretexto de realizar la llamada reforma universitaria en el país.
La cantidad de sensaciones que experimentó apenas pisó el claustro agustino, hicieron remover sus recuerdos. A propósito de lo cual, dijo lo siguiente: “También he rememorado las luchas del maestro. Porque en esa época había lucha”. Frente al atropello de la autonomía universitaria, renunció con otros maestros. “Salimos de la Universidad con la bandera en alto (siguió diciendo); y no volvimos a ella sino cuando hubo recuperado su autonomía”.
El escenario en que Bustamante comparte sus recuerdos fue el Salón General de San Agustín, en la calle del mismo nombre. Muy cerca estaba la casa de su esposa, María Jesús Rivera, en la calle Puente Bolognesi con Sucre, donde vivió algún tiempo. Por esos años, fue abogado litigante con estudio abierto en la segunda cuadra de la calle San Francisco. Su paso por la política lo llevó a ocupar la secretaría de asuntos políticos, durante el gobierno transitorio de Sánchez Cerro en Arequipa, el mismo que derrocó a Leguía en 1930, y cuyo manifiesto revolucionario fue atribuido a Bustamante. Al poco tiempo será nombrado ministro de Justicia, por un corto periodo, ya que renunció por estar en desacuerdo con la postulación de Sánchez Cerro a la presidencia del país sin antes dejar el mando supremo.
Vuelve a la actividad académica en Arequipa y al ejercicio de su profesión de abogado. Un sonado caso ocupa entonces la atención de la ciudad. Se trató de la huelga de los trabajadores del ferrocarril del sur. Por varios días la ciudad estuvo paralizada. Bustamante defendió a los trabajadores contra la Peruvian Corporation. Fue entonces calificado de peligroso comunista. Sin embargo, la justicia de su causa triunfó al final, luego de vencer muchas dificultades legales que intentaron frustrar el arbitraje favorable para los trabajadores.
La diplomacia fue el siguiente paso en su ascendente carrera profesional. Nadie que lo conociera podía dejar de reconocer que tenía los méritos suficientes para ocupar ese y otros cargos importantes en el país. Acaso no era él, el niño que cursó con honores sus estudios escolares y universitarios. Un amigo suyo, Luis E. Valcárcel, muchos años después, recordará en sus memorias que lo conoció en el Cusco, cuando Bustamante viajó para matricularse en la Universidad San Antonio Abad, y así completar sus estudios de letras, ante la imposibilidad de hacerlo en San Agustín. “Fue un alumno brillante (en opinión de Valcárcel), sumamente inteligente y apasionado por la literatura, actividad en la que llegó a hacerse conocido, pues ‘El Comercio’ del Cusco publicó varios poemas suyos”.
Es cierto. Bustamante fue poeta en su juventud y un apasionado por el correcto uso del lenguaje. En ese sentido, fue muy puntilloso, hasta el punto de corregir una sola palabra de un escrito. Todo esto refleja una personalidad muy cuidadosa de los detalles y las formas. A diferencia de otros gobernantes que tuvieron quien les escriba sus discursos, él no necesitó de eso, se ocupó personalmente de redactarlos con su característico estilo, sobrio y elegante.
Su elección presidencial en 1945, le dio a su figura proyección nacional. Ocurrió entonces un hecho raro en la política peruana. Por primera vez, un gobernante se negó a establecer pactos y alianzas políticas. “Yo no recibo tránsfugas”, habría dicho cuando le propusieron organizar una mayoría propia en el Congreso. “Fue un error político”, dirá Jorge Basadre. Lo cierto era que Bustamante quiso ser principista en un país acostumbrado a la mentira y al engaño. Soñó con un régimen democrático; pero no contó con el cálculo político. Nada podía hacer pensar que actuara de otro modo. Siempre fue un escrupuloso defensor de la ley. No actuó en función a intereses de partido. Tampoco con la intención de perpetuarse en el mando. Pero se equivocó. Su error, si cabe llamarlo así, fue no seguir el modus vivendi de la política nacional. Quienes lo llevaron al poder, tal vez pensaron que Bustamante era una figura manipulable, a quien podían manejar a su antojo. Pero no fue así. Su trayectoria personal lo acredita como un hombre de principios.
La falta de carácter con que se acusó a Bustamante, no fue verdad, ya que se confunde su respeto a la ley con debilidad. Nada más alejado de la realidad. Bustamante se propuso sostener su gobierno a través del cumplimiento de la ley y no por medio de la persecución política.
Recordemos con Bustamante cogobernó el partido aprista peruano, sobre todo en el manejo económico del país. El fin de la segunda guerra mundial reduce el auge de las exportaciones peruanas y, como consecuencia de ello, vuelve a plantearse la necesidad de promover un industrialismo nacional. Su gobierno de tres años de lucha por la democracia, orienta su política a promover las actividades industriales en el país. Pero también a implementar, como política económica, el control de cambios, el control de precios y la reducción de las importaciones.
Esta política económica responde a la conducción aprista del manejo económico del país, en aquella oportunidad. Lo que trajo consigo una aguda crisis económica. El desabastecimiento, el contrabando, las colas para adquirir productos de primera necesidad, fueron el resultado de un manejo económico que hoy podríamos juzgar de irresponsable, pero que en atención a la realidad del momento, obedecía a la necesidad de paliar los efectos económicos de la crisis de posguerra, y sobre todo al deseo de implementar el industrialismo por la sustitución de importaciones.
La respuesta al modelo económico fue el golpe militar de octubre de 1948. El nuevo régimen del general Manuel Odría puso fin a los controles de cambios y precios, estableciéndose el libre mercado y el libre comercio.
El estilo de Bustamante no fue finalmente comprendido. Parecía ajeno a su propio país, acostumbrado a no respetar la ley, y, además, dividido por su propia historia.
A Bustamante no se ocultaron estos hechos, antes bien, habían merecido ser tratados por él en su trabajo sobre "Las clases sociales en el Perú", que denota esa preocupación suya por encarar los problemas de la realidad nacional.
Sus rivales políticos lo criticaron de ser un teórico, que vivía ajeno a la realidad del país. Tal afirmación se desmiente por si sola analizando sus textos. De ellos fluye ese conocimiento de la compleja realidad peruana, que no solo brindan el estudio y la meditación, sino también la propia experiencia personal.
¿Fue ingenuo por dejarse arrebatar el poder? Bustamante no llegó a Palacio de Gobierno para coronar una corta pero fructífera carrera política. Quiso servir al país con honestidad y limpieza de intenciones. Cosa rara en nuestro país, donde el oportunismo y el arribismo es moneda corriente.
Como vemos, quizás sea su actuación política la etapa más polémica de su carrera. Sin embargo, por sus conocimientos estaba llamado a trascender más allá de la historia de su país al ámbito internacional, como magistrado de La Haya.
Es decir, que Bustamante no se ahogó en los mezquinos intereses partidarios y localistas, sino que siguió avanzando en su magisterio de vida, aceptando nuevos retos, siempre adornado de las virtudes que lo caracterizaron: caballerosidad y don de gentes.
Ese era Bustamante y Rivero, la expresión más genuina del patricio, del patriarca de la democracia peruana.
Hasta la hora postrera de su vida, Bustamante fue la voz que alentó a seguir apoyando la democracia.
Y pensar que este peruano ilustre a nivel nacional e internacional nació en la calle San José, en el cercado de Arequipa. Ahora, cuando pasemos por allí seguramente recordaremos que en ese lugar creció uno de los últimos patricios de la inestable democracia peruana.

FUENTES:
Mario Rommel ARCE ESPINOZA. “Libro Homenaje a José Luis Bustamante y Rivero”. Fondo Editorial del Colegio de Abogados de Arequipa, 2005. 

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