Pedro
Pizarro acompañó a su primo Francisco Pizarro en la conquista del Perú. Fue uno
de los fundadores de Arequipa, y en los años finales de su existencia, en medio
de la influencia telúrica de la ciudad, escribió una crónica en defensa de la
legitimidad de la conquista española de Hispanoamérica.
Por: Mario Rommel Arce Espinoza
La calle lleva el nombre del conquistar y
fundador de Arequipa, Pedro Pizarro, que llegó al Perú procedente de España
formando parte del ejército de Francisco Pizarro. Participó en la toma de
Cajamarca y estuvo presente en la ejecución del inca Atahualpa. Acompañó a su
primo Francisco Pizarro en la campaña hacia el sur del Tahuantinsuyo. Con otros
conquistadores, se estableció temporalmente en la capital del imperio inca. Luego
se trasladó a la región del Contisuyo, donde participó en la fundación de la
Villa Hermosa de Arequipa, el 15 de agosto de 1540.
Fue vecino de la ciudad y aquí se casó en 1551,
con María Cornejo de Simancas, natural de Zamora en España. Ocupó también la Alcaldía
de Arequipa en 1555. En su calidad de conquistador, recibió varias encomiendas en
las zonas de Moquegua y Tacna.
Un hecho notable en la vida de Pedro Pizarro fue
su papel de cronista. Al parecer, se animó a escribir la crónica titulada
“Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú”, a raíz del
debate producido entorno a la legitimidad de la conquista española de América. Por
un lado, Juan Ginés de Sepúlveda sostuvo la “innata servidumbre” del indio.
Según esta perspectiva, el poblador andino siempre tuvo jefes a los que tuvo
que obedecer sin reparos. Su situación durante la colonia no sería diferente a
la época del absolutismo inca. Se justificó así el estado de servidumbre en que
vivió el indio. Por otro lado, el padre dominico Bartolomé de las Casas impugnó
la legitimidad de la conquista. En principio, porque se había despojado de sus
Estados a los “señores naturales”. En su opinión, los indios no eran “infieles”
sino “gentiles”. Y aunque lo fueran, afirmaba, ello no justificaría privarlos
de sus derechos a la libertad y a la propiedad.
Su “Brevísima relación de la destrucción de las
Indias” (1552), puso al descubierto los abusos de la conquista española en
América, sirviendo como eficaz propaganda a favor de los muchos enemigos del
imperio español. La trascendencia de sus denuncias, sin embargo, hicieron tomar
a la metrópoli española varias medidas para cambiar la relación con los indios.
La más importante fue tal vez la elaboración de las leyes de indias. No
obstante, “el abuso se convierte en institución y el trato con el indio tiende
a ser despiadado”, dice Gonzalo Portocarrero.
Esto habría predispuesto anímicamente a Pedro
Pizarro a redactar su crónica, para defender su posición de conquistador. Un
argumento que entonces se esgrimió para ejecutar al inca Atahualpa fue su
condición de gobernante usurpador. A ello se sumó la acusación de haber
ordenado asesinar a su hermano Huáscar, razón por la cual, los conquistadores
desconocieron su autoridad.
En sus consideraciones preliminares a la
reedición de la crónica de Pedro Pizarro, publicada por el Fondo Editorial de
la Pontificia Universidad Católica del Perú, Guillermo Lohmann Villena dice al
respecto lo siguiente: “Una y otra vez realza el sentido providencial de la Conquista
(…), línea de pensamiento que remacha con la categórica aseveración de la
inobjetable licitud del dominio español en razón del defecto de usurpación que
viciaba de raíz la autoridad de Atahualpa”.
Esta sería la primera conjetura que intenta
explicar el propósito del autor de escribir una crónica en la etapa otoñal de
su vida. La segunda razón, según el propio Lohmann Villena, sería la reacción
de la vanguardia de los veteranos conquistadores, de la cual formó parte Pedro
Pizarro, contra los advenedizos que llegaron a Hispanoamérica después del
periodo de conquista, y que no vieron en ella espíritu de aventura sino tan
solo el deseo de encontrar el dorado americano.
Creo que, a este respecto, hay un punto intermedio
en cualquier interpretación de orden social. Así como no se puede negar que
hubiera abuso y maltrato con los indios durante la colonia, tampoco se puede
ignorar el tratamiento jurídico que recibieron durante ese periodo. El indio
fue considerado “persona miserable” que, en Castilla, merecían las viudas o las
propias universidades, cuando una mala gestión perjudicaba sus intereses, con
el propósito de proteger sus derechos.
Esto resulta muy interesante, a despecho de la
versión que afirma que los indios fueron considerados poco menos que salvajes o
seres inferiores. En lo jurídico, al ser reconocidos como personas, gozaron de
un estatus por el cual tenían derechos y obligaciones. En ese sentido, la labor
evangelizadora que realizaron las primeras órdenes religiosas en el nuevo
continente, estuvo dirigida a los indios considerados como personas que podían
aprender de las enseñanzas de la fe cristiana.
El derecho común castellano se aplicó en
Hispanoamérica con algunas variantes que respondían a las particulares
necesidades de los grupos sociales a los cuales iba a proteger. De ahí que un
rasgo característico de la legislación colonial fuera su pluralismo. No era
extraño que hubiera entonces diversos fueros para los comerciantes, mineros,
gremios, cofradías, etcétera. Como tampoco que en aquella época las leyes de
indias fueran de aplicación exclusiva para los indios de Hispanoamérica.
Se trató de una legislación especial, dada en el
marco del conflicto acerca de la legitimidad o no de la conquista española de
América. Sin embargo, la interrelación entre los habitantes del nuevo mundo
hizo que en la práctica no se cumplan, porque el poblador del Ande convivió con
los conquistadores en las ciudades que ellos fundaron.
Coincidimos con Joaquín García – Huidobro cuando
afirma que el encuentro entre el viejo y el nuevo mundo fue ambivalente: para
unos significó la catástrofe mientras que para otros fue la liberación de la
dominación inca.
Sobre lo mismo, el sociólogo francés Henri Favre
afirma que las leyes de indias crearon una “república de indios”, sobre la base
de las reducciones en donde a partir de entonces comenzaron a vivir. A
diferencia de la “república de españoles”, estuvieron obligados al trabajo
forzado asalariado. Además de adquirir una cierta cantidad de mercancías,
generalmente de escaso valor de uso. El tribunal del Santo Oficio no tenía jurisdicción
sobre ellos, y un “procurador de indios” defendía gratuitamente sus causas
judiciales. Aunque en la práctica no dejará de ser una ficción jurídica, como
afirma Favre. Primero, por el trato sexual entre indios, negros y españoles que
origina una población de mestizos, mulatos y zambos. Segundo, porque los indios
rápidamente se incorporaron a las ciudades, campamentos mineros, etcétera,
siendo difícil separarlos espacialmente de los otros componentes étnicos.
Finalmente, porque pasaron a formar parte de la nueva estructura social del
virreinato, ubicándose después del esclavo al que, por vivir en el entorno de
su amo, se le delegaron con frecuencia funciones de autoridad sobre la mano de
obra indígena.
Cierto es también que varios indígenas salieron
al encuentro del mundo que Europa les ofrecía: aprendieron a leer, escribir,
negociar a la manera occidental. Ese fue el caso de Diego Caqui, curaca
indígena que fue un próspero comerciante, propietario inclusive de dos
fragatas, para vender su vino desde Valdivia (en Chile) hasta Panamá.
En el solaz de su casa solariega, en la ciudad
de Arequipa, Pedro Pizarro dedicó los últimos años de su vida a escribir su crónica,
apurado por la urgencia de dejar un testimonio de los hechos históricos en los
cuales participó al lado de Francisco y Gonzalo Pizarro, Diego de Almagro y Hernando
de Luque.
Su labor de historiador demuestra que no fue
simplemente un soldado que empuñó la espada, tuvo formación autodidacta, y no
sería extraño que hubiera leído las obras de Cieza de León, de López de Góngora
o de Zárate.
Establecido en Arequipa, después de la fundación
de la ciudad, recibió la influencia del medio que ya para entonces denotó un
ambiente propicio para la creación poética y literaria. No en vano, Miguel de
Cervantes, el célebre autor del Quijote, ensalzó en “La Galatea” a cuatros
poetas españoles radicados en Arequipa, en el siglo XVI: Diego Martínez de
Rivera, Alonso Picado, Alonso de Estrada y Pedro de Montesdoca.
Pedro Pizarro no escapó, por cierto, a la
influencia telúrica de Arequipa, tradicionalmente propicia para la lucubración,
como dice Lohmann Villena. El cronista, natural de Trujillo – España, murió en
Arequipa la noche del 9 de marzo de 1587, habiéndose exhumado sus restos en la
capilla mayor de la iglesia de La Merced.
La influencia del medio en la obra de Pedro
Pizarro, hizo afirmar a Víctor Sánchez – Moreno Bayarri que, en razón de ello, “forjó
un comportamiento inequívocamente arequipeñista; convertido como fue en uno de
los personajes más importantes del historial mistiano”.
Ahora ya sabemos que la calle Pizarro lleva ese
nombre en recuerdo de uno de los fundadores de Arequipa y alcalde de la ciudad,
Pedro Pizarro, autor de una crónica de la época de la conquista, de la cual fue
testigo y activo participante.
FUENTES:
Henri FAVRE. El
movimiento indigenista en América Latina. Lima, 2007.
Joaquín GARCÍA – HUIDOBRO. Barroco como punto de encuentro. (Artículo).
Pedro PIZARRO. Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú.
Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 1986.
Gonzalo PORTOCARRERO. Racismo y mestizaje y otros ensayos. Lima: Fondo Editorial del
Congreso del Perú, 2007.
Víctor SÁNCHEZ – MORENO BAYARRI. Arequipa colonial y las fuentes de su
historia. Estudio crítico. Lima – 1987.