lunes, 20 de mayo de 2013

Historia de la Calle Pizarro en Arequipa







Pedro Pizarro acompañó a su primo Francisco Pizarro en la conquista del Perú. Fue uno de los fundadores de Arequipa, y en los años finales de su existencia, en medio de la influencia telúrica de la ciudad, escribió una crónica en defensa de la legitimidad de la conquista española de Hispanoamérica.

Por: Mario Rommel Arce Espinoza


La calle lleva el nombre del conquistar y fundador de Arequipa, Pedro Pizarro, que llegó al Perú procedente de España formando parte del ejército de Francisco Pizarro. Participó en la toma de Cajamarca y estuvo presente en la ejecución del inca Atahualpa. Acompañó a su primo Francisco Pizarro en la campaña hacia el sur del Tahuantinsuyo. Con otros conquistadores, se estableció temporalmente en la capital del imperio inca. Luego se trasladó a la región del Contisuyo, donde participó en la fundación de la Villa Hermosa de Arequipa, el 15 de agosto de 1540.
Fue vecino de la ciudad y aquí se casó en 1551, con María Cornejo de Simancas, natural de Zamora en España. Ocupó también la Alcaldía de Arequipa en 1555. En su calidad de conquistador, recibió varias encomiendas en las zonas de Moquegua y Tacna.
Un hecho notable en la vida de Pedro Pizarro fue su papel de cronista. Al parecer, se animó a escribir la crónica titulada “Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú”, a raíz del debate producido entorno a la legitimidad de la conquista española de América. Por un lado, Juan Ginés de Sepúlveda sostuvo la “innata servidumbre” del indio. Según esta perspectiva, el poblador andino siempre tuvo jefes a los que tuvo que obedecer sin reparos. Su situación durante la colonia no sería diferente a la época del absolutismo inca. Se justificó así el estado de servidumbre en que vivió el indio. Por otro lado, el padre dominico Bartolomé de las Casas impugnó la legitimidad de la conquista. En principio, porque se había despojado de sus Estados a los “señores naturales”. En su opinión, los indios no eran “infieles” sino “gentiles”. Y aunque lo fueran, afirmaba, ello no justificaría privarlos de sus derechos a la libertad y a la propiedad.
Su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (1552), puso al descubierto los abusos de la conquista española en América, sirviendo como eficaz propaganda a favor de los muchos enemigos del imperio español. La trascendencia de sus denuncias, sin embargo, hicieron tomar a la metrópoli española varias medidas para cambiar la relación con los indios. La más importante fue tal vez la elaboración de las leyes de indias. No obstante, “el abuso se convierte en institución y el trato con el indio tiende a ser despiadado”, dice Gonzalo Portocarrero.
Esto habría predispuesto anímicamente a Pedro Pizarro a redactar su crónica, para defender su posición de conquistador. Un argumento que entonces se esgrimió para ejecutar al inca Atahualpa fue su condición de gobernante usurpador. A ello se sumó la acusación de haber ordenado asesinar a su hermano Huáscar, razón por la cual, los conquistadores desconocieron su autoridad.
En sus consideraciones preliminares a la reedición de la crónica de Pedro Pizarro, publicada por el Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Guillermo Lohmann Villena dice al respecto lo siguiente: “Una y otra vez realza el sentido providencial de la Conquista (…), línea de pensamiento que remacha con la categórica aseveración de la inobjetable licitud del dominio español en razón del defecto de usurpación que viciaba de raíz la autoridad de Atahualpa”.
Esta sería la primera conjetura que intenta explicar el propósito del autor de escribir una crónica en la etapa otoñal de su vida. La segunda razón, según el propio Lohmann Villena, sería la reacción de la vanguardia de los veteranos conquistadores, de la cual formó parte Pedro Pizarro, contra los advenedizos que llegaron a Hispanoamérica después del periodo de conquista, y que no vieron en ella espíritu de aventura sino tan solo el deseo de encontrar el dorado americano.
Creo que, a este respecto, hay un punto intermedio en cualquier interpretación de orden social. Así como no se puede negar que hubiera abuso y maltrato con los indios durante la colonia, tampoco se puede ignorar el tratamiento jurídico que recibieron durante ese periodo. El indio fue considerado “persona miserable” que, en Castilla, merecían las viudas o las propias universidades, cuando una mala gestión perjudicaba sus intereses, con el propósito de proteger sus derechos.
Esto resulta muy interesante, a despecho de la versión que afirma que los indios fueron considerados poco menos que salvajes o seres inferiores. En lo jurídico, al ser reconocidos como personas, gozaron de un estatus por el cual tenían derechos y obligaciones. En ese sentido, la labor evangelizadora que realizaron las primeras órdenes religiosas en el nuevo continente, estuvo dirigida a los indios considerados como personas que podían aprender de las enseñanzas de la fe cristiana.
El derecho común castellano se aplicó en Hispanoamérica con algunas variantes que respondían a las particulares necesidades de los grupos sociales a los cuales iba a proteger. De ahí que un rasgo característico de la legislación colonial fuera su pluralismo. No era extraño que hubiera entonces diversos fueros para los comerciantes, mineros, gremios, cofradías, etcétera. Como tampoco que en aquella época las leyes de indias fueran de aplicación exclusiva para los indios de Hispanoamérica.
Se trató de una legislación especial, dada en el marco del conflicto acerca de la legitimidad o no de la conquista española de América. Sin embargo, la interrelación entre los habitantes del nuevo mundo hizo que en la práctica no se cumplan, porque el poblador del Ande convivió con los conquistadores en las ciudades que ellos fundaron.
Coincidimos con Joaquín García – Huidobro cuando afirma que el encuentro entre el viejo y el nuevo mundo fue ambivalente: para unos significó la catástrofe mientras que para otros fue la liberación de la dominación inca.
Sobre lo mismo, el sociólogo francés Henri Favre afirma que las leyes de indias crearon una “república de indios”, sobre la base de las reducciones en donde a partir de entonces comenzaron a vivir. A diferencia de la “república de españoles”, estuvieron obligados al trabajo forzado asalariado. Además de adquirir una cierta cantidad de mercancías, generalmente de escaso valor de uso. El tribunal del Santo Oficio no tenía jurisdicción sobre ellos, y un “procurador de indios” defendía gratuitamente sus causas judiciales. Aunque en la práctica no dejará de ser una ficción jurídica, como afirma Favre. Primero, por el trato sexual entre indios, negros y españoles que origina una población de mestizos, mulatos y zambos. Segundo, porque los indios rápidamente se incorporaron a las ciudades, campamentos mineros, etcétera, siendo difícil separarlos espacialmente de los otros componentes étnicos. Finalmente, porque pasaron a formar parte de la nueva estructura social del virreinato, ubicándose después del esclavo al que, por vivir en el entorno de su amo, se le delegaron con frecuencia funciones de autoridad sobre la mano de obra indígena.
Cierto es también que varios indígenas salieron al encuentro del mundo que Europa les ofrecía: aprendieron a leer, escribir, negociar a la manera occidental. Ese fue el caso de Diego Caqui, curaca indígena que fue un próspero comerciante, propietario inclusive de dos fragatas, para vender su vino desde Valdivia (en Chile) hasta Panamá.
En el solaz de su casa solariega, en la ciudad de Arequipa, Pedro Pizarro dedicó los últimos años de su vida a escribir su crónica, apurado por la urgencia de dejar un testimonio de los hechos históricos en los cuales participó al lado de Francisco y Gonzalo Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque.
Su labor de historiador demuestra que no fue simplemente un soldado que empuñó la espada, tuvo formación autodidacta, y no sería extraño que hubiera leído las obras de Cieza de León, de López de Góngora o de Zárate.
Establecido en Arequipa, después de la fundación de la ciudad, recibió la influencia del medio que ya para entonces denotó un ambiente propicio para la creación poética y literaria. No en vano, Miguel de Cervantes, el célebre autor del Quijote, ensalzó en “La Galatea” a cuatros poetas españoles radicados en Arequipa, en el siglo XVI: Diego Martínez de Rivera, Alonso Picado, Alonso de Estrada y Pedro de Montesdoca.
Pedro Pizarro no escapó, por cierto, a la influencia telúrica de Arequipa, tradicionalmente propicia para la lucubración, como dice Lohmann Villena. El cronista, natural de Trujillo – España, murió en Arequipa la noche del 9 de marzo de 1587, habiéndose exhumado sus restos en la capilla mayor de la iglesia de La Merced.
La influencia del medio en la obra de Pedro Pizarro, hizo afirmar a Víctor Sánchez – Moreno Bayarri que, en razón de ello, “forjó un comportamiento inequívocamente arequipeñista; convertido como fue en uno de los personajes más importantes del historial mistiano”.
Ahora ya sabemos que la calle Pizarro lleva ese nombre en recuerdo de uno de los fundadores de Arequipa y alcalde de la ciudad, Pedro Pizarro, autor de una crónica de la época de la conquista, de la cual fue testigo y activo participante.

FUENTES:
Henri FAVRE. El movimiento indigenista en América Latina. Lima, 2007.
Joaquín GARCÍA – HUIDOBRO. Barroco como punto de encuentro. (Artículo).
Pedro PIZARRO. Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perú. Lima: Fondo Editorial de la PUCP, 1986.
Gonzalo PORTOCARRERO. Racismo y mestizaje y otros ensayos. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2007.
Víctor SÁNCHEZ – MORENO BAYARRI. Arequipa colonial y las fuentes de su historia. Estudio crítico. Lima – 1987.

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