viernes, 7 de junio de 2013

HOMENAJE AL QUEÑUAL

A casi 5.000 m de altura sobre el nivel del mar, densos bosques parecen desafiar las inclemencias del clima. En medio del terrible frío del ande, sus troncos retorcidos se yerguen exuberantes desconcertando a los viajeros.


Son los bosques de queñua, una de las especies vegetales más singulares del mundo, enclavados en las alturas del Perú. Los queñuales (polylepis incana) son verdaderos portentos del reino vegetal. Desarrollarse en medio de condiciones hostiles para la vida, les ha permitido –con el paso de la evolución– convertirse en árboles fuertes y resistentes, casi ajenos al paso del tiempo y los fenómenos climáticos pero, sobre todo, libres de competencia para desarrollarse a plenitud allá donde todas las demás plantas mueren.
Quizás lo primero que llama la atención al observar un queñual es su forma achaparrada y retorcida. El objeto de tal estructura es soportar los constantes vientos andinos, resistiendo a las heladas y ocupando la mayor área posible con sus ramas y hojas, y convirtiéndose en una barrera inexpugnable que protege al tronco de las inclemencias del entorno. Sus hojas, diminutas y redondeadas, tienen la importante función de captar la luz solar para transformarla en alimento, pero además se encuentran cubiertas de una delgada capa de cera, lo que evita la pérdida de agua por evaporación como consecuencia del intenso sol de las alturas. Las hojas están, además, protegidas por una fina capa de bellos blanquecinos, los que actúan a manera de capa aislante  contra el frío.
Pero es sin duda el tronco el que caracteriza a los queñuales y los diferencia de cualquier otra planta. Su corteza, de color anaranjado intenso, está formada por la superposición de numerosas y delgadísimas capas, similares a trozos de papel arrugado, que se desprenden de manera continua y caen al pie del árbol. Esto cumple una doble función: las láminas, al superponerse unas a otras, actúan como un eficaz cortavientos, aislando al tronco de las bajas temperaturas. De otro lado, al caer continuamente y descomponerse por acción de los microorganismos del suelo, los queñuales van “fabricando” su propia tierra vegetal, alimentándose –literalmente– de sus desechos. Esto permite que los queñuales sobrevivan en zonas con escasa tierra disponible  o de baja fertilidad.
Los campesinos han extraído desde siempre la madera de los árboles secos y las ramas bajas para calentar sus hogares, llevando a cabo una suerte de raleoque no atenta contra la supervivencia de los bosques. Sin embargo, con la llegada de los españoles al Ande, el sometimiento de los pueblos indígenas y la creación de las grandes minas, la atención se volcó hacia el queñual: una fuente abundante y barata de energía. Así que se empezó a talar. Su explotación pasó de niveles de subsistencia a una saca intensiva y descontrolada… que continua hasta el día de hoy. Luego de casi cinco siglos ininterrumpidos de extracción, los bosques de queñual son tan escasos como las zonas vírgenes en los Andes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario